martes, 14 de enero de 2014

Encanto

Caminos. 

El sol amanecía oscuro como sus penas que son sólo paradas por las que se pasa, a veces descuidadas. Y los  jarros vacíos que traía. 

Son cuestiones mágicas que tapan.  No se explican.

Ya era casi medio día, venía atrás, serpenteando el camino de nuestras vidas que todo el tiempo necesitan mantenimiento. Le comían las ansias, el tiempo le pegaba en la cara, y esas ansias que se reproducían al doble. Por ésto es eso de que el tiempo es oro, brillo, por eso la prisa.

Te cuento que a los lados del camino veía, casi llegando y después regresando, ví a un señor que vendía frituras, apurado. Pero no le veía el por qué estar en esas condiciones. Si te hablo de alguna esperanza, no parecía tenerla, parecía que las tenía en liquidación. Estaba cargado de saciedad sentimental. Se quedo atrás, pasó.

Me lleno hasta desbordarme con esas cuestiones. Sentábase en el borde del transporte donde iba. Había dos hombres que prefirieron no sentir las ráfagas del aire. El clima era encanto, no era calor ni frío, neblina. Algo así como mesura en la piel y ojos... y alma.

Pero que sentía?, no te podría decir, no te podría decir otra cosa que era estar sintiendo levantarse en ánimo, como si estuviera humectado, el néctar fresco en la saliva a eso de las horas de la madrugada, afilando para cortar cualquier estructura errónea. De que quiero vivir, quiero vivir. De que no he vivido, no he vivido.

Descanse en la neblina, por eso le duele, por eso tiene sed de valor, de tánto cansancio.

Huele a piña. Se humedece la boca, por esas horas del camino que refrescaban como menta en la garganta.
Los árboles de cocuite que llevan a olvidarse, frondosos. A los lados del pavimento, hacia una desviación que anhelaba entonces. Estaban en hileras reflejando sombras al olvido, a unos cinco kilómetros hacia adentro, estar perdido, para los espasmos de su tiempo.

Se tuvo que arrancar aspectos físicos que no eran para el momento. Tres tipos de embriaguez: ese sentimiento por el que todo se mueve, el sin sabor y el vacío que se le llenaba a borbotones, rosando las líneas blancas, las cercas pintadas de blanco en la pradera que era en verdad una loma verde, en la que se asomaban las flores de la piña y espinas durmientes.

Suéltame las riendas, no hay vallas, no hay cercas, soy un venado, suéltame. Entonces lo que parecía ser un sentimiento le agarraba de los brazos, se colgaba de él. No sé, a lo mejor era la esencia que guardaba aquel lugar por el que se pasa, cruzando los brazos con otros brazos. Un caballero. Así le acompañaba, besaba sus labios mientras pasaba un hombre pateando piedras a un costado del camino. Se quedó atrás.

Como decirte lo que sentía, tenía un viento sediento que a través de los mapas rurales te alcanzó a rozar entonces, después de convencerme que no era inofensivo, camino rozándote. Estar rozándote, alaciándote los cabellos, reposando sobre tí y acariciándote, coincidir en eso, tan siquiera  por un corto periodo.

No se quiere olvidar eso que venía a tu soledad, lo que sea que haya sido. Vámonos meciendo de un lado a otro, navegando, que si bien te va te limpias y luego te ensucias. Que no tienes siete vidas, ni que fueras gato.

 Las lomas están bonitas.







1 comentario:

  1. Así se va en la vida, como si nada fuera cierto...o lo cierto tomara el rol de la incertidumbre..el amor un tul que se avpora...lo tangible..materia desmoleculada..Saludos. Carlos

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