viernes, 19 de julio de 2013

Levanta mis ojos del piso.

Son los días en los que no rezo por un ser querido. Que apenas y se paseó su cuerpo entre familiares, adornos y serenata. Sólo le digo que le vaya bien allá en su otra vida. 
  De esos días en los que no me preocupo más por cuestiones políticas - sociales. Leyendo editoriales de un periódico, leyendo las opiniones no leídas por lectores de nota roja. Eso es de imaginarse cosas imposibles, que no pueden suceder aún con la pizca  de suspiscacia de memorias comunes, de tantos plátanos podridos en una reja expuesta al gentío que sabe. Leer es mucho, inculcar lo sabido sería otra cosa seria, abstracta, entre uno razonable y otro dominado. De los pocos días que me quedan por vagar están esos tejidos de ilusiones que son sólo eso nadamás. Leer a cachos, tararear, rasguear cuerdas, cooperar, descansar pies arriba, sonar música, deshacer el arte de una  femenina moderna. Chapuzones, idas y venidas, soñar; esto último sale caro. Sí, sale caro; porque aunque no cueste centavos, arranca los pies de donde deberían estar. Y luego para regresar?
  Los sueños se pueden hacer realidad. Tantas veces he oído eso. He sido testigo del mismo teatro de las palabras que embarran. Eso es dejar de leer las narraciones profundas, atorado en el anzuelo de un testigo de talante tasciturno,... por libros de sociedad y valores.  Esos de escaso contenido práctico, mucho bla bla bla, que a nadie llama, salvo que uno que otro maestrucho de plaza vendida. Levanto los ojos del piso, aprendo de maestros enraizados llamados pecadores. Amarrando las agujetas a buen nudo, recojiendo los petacones en la temporada, reacudando el fondo para los artículos de temporada. Echo sal a la tortilla recién desinflada, evadiendo la venidura reseca de deudas innecesarias. Sufrir al verla, quemarme con la mirada, ambos cadenas, hipocresía la mía estando tan cerca de la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario