jueves, 1 de agosto de 2013

Una noche en Valle Nacional


Tomé un baño en casa de Moisés, un día en Valle Nacional, después de cerrar el local de la mercería, a eso de las siete de la tarde noche. Fue como a esas horas la salida al parque, con los ruidos de la entrante noche: esas noches de parque, de caminatas, de los juegos a oscuras, de columpios, de la misa de siete, y... 
 Moisés dejo me dejó encargado su short para ponerse a jugar en el torneo de fútbol del parque. Ascendí al kiosco, pasando, rozando a unos novios dándose de besucones. Ahh sí, la niña dejó de besarle justo en el momento en que rozaba paralelamente con ellos, para desviar la mirada y verme. Me miró, me contempló por un momento. Si yo fuera él, no sé que haría. 
 ...Recargándome del barandal despostigado y con mis muñecas enrollando el fierro frío. Mis ojos mirando abajo. Los esquites de la esquina, el carro de las hamburguesas con la música de banda incluída. Era el momento que esperaba hace días, yo sólo, ahí en el kiosco, sin nadie más, para ser espectador de una de las tardes que pocas veces he tenido oportunidad de verla. Más allá el Ometeótl Tezcatlipoca con sus nieblas cubriendo los cerros ante el panorama negruzco. Al mismo tiempo se despegaban las hartas ganas que se tenían una pareja, en sus besos, recargados sobre la delatadora tapadera de la blancura del fierro largo y triangular que cubre al césped de los impertinentes. 
     La luz estaba muy lejos, se opacaba. Perdiendo los detalles de lo que pasaba en el fútbol de la cancha, el ensayo de una danza regional que no conocía, los truenos callando al calor, los elotes azados, el baile de zumba, los decorados de las fiestas y el único lucero entre los nubarrones con grumos negros. Un olor casi imperceptible a hule me hizo recordar que mi abuela había ya tendido a esas horas la cama en donde iba a pasar la noche, porque según yo me iba a quedar en Cerro Marín, pero no me fuí. Me quedé en la casa de moi, pues era demasiado tarde ya.
 No había ni un piso que sosteniera el pesado cansancio de la vida demolida de los borrachitos, el aguardiante y el fuerte olor a caña en los ojos los hacía llorar. Como si estuvieran deshabitados, si, a lo mejor perdieron el brillo que cargaban en sus morrales entre las acostadas indigentes en la segunda parte del quiosco. Destilados por el alcohol sus condenadas penas, totalmente deshabitados. Los albañiles con su atrapa desgracias montada sobre sus hombros, entre las cucharas del repello, entre esas herramientas. Las rayaderas de los pubertos entre los tabiques, los tacos del mai en la esquina, los tu y yo ahorita que no nos ven, sus manos sudadas, sus pechos también, y la vida tan poco agraciada de Don Hugo. Así crecen sus historias.
  Y ellos se olvidan en sus modas, un tanto ridículas, de sus venideros tiempos. A ellos no se les escurre todito el corazón, qué soberbio soy. Sus almas son llenadas justamente por la vida de otros,  por sus malas influencias y sus conceptos, su nula suspiscasia por el entorno, naufragando en la superficie.
  
 Ella, más que palabras, ella es eso, belleza de pueblo, aunque alguien -y no precisamente yo- sabe si tiene las dos bellezas, paralelas o verticales una de otra. Uno tiene que soplarle, rompiendo la rutina, encendiendo el movimiento corpóreo y los labios provocando el aliento de vida, amor en libertad. Génesis con base en la infundición del alma espiritual.



   Y bueno pues, pues yo seguía esperando verla a esas horas. Sólo por el gusto de verla nadamas.



1 comentario:

  1. UN marco ensalmático, para una mirada de voyeur dual...qué bien describes esas alamas, buscando entre la complicidad del parque el desfogue de la líbido...Un abrazo. Carlos

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