miércoles, 7 de agosto de 2013

La mecida de los zacates de limón.

Era muy de mañana en el trayecto a valle. Entre el camino...

La hierba, el zacate de limón, la mecida de la hierba con el roze de los camiones, el aire que suena y que las empuja, que las agita. El aire en el oído es belleza perceptiva, una de tantas bellezas.

Me fuí en la parte de atrás, pues era de doble cabina la camioneta. Mi padre conduciendo, observando, como casi siempre, el trayecto de tan frecuentado camino. Mi madre dándose de golpecitos su cabeza por que iba semi dormida, se medio despertaba en cada curva, en la sacudida de la camioneta por los negros baches. Y luego la risa de mi papa al verla cuando despertaba repentinamente. Su negro cabello ondulante, ella era feliz porque estaba yo con ellos.

Abrí la ventana para sentir el cosquilleo en la piel de las princas después de pasar un lugar en el que caía la lluvia. Pasamos Santa María, su faisán, las lomas de Carmen, la boca, su chinantlilla, la casa del primo Jaime, Cerro marín, el Valle.

Luego las horas de la mañana que se transcurrían rápidamente en el local, entre la radio, entre la clientela, entre las horas sentado haciendo los aretes. Rosa y Moisés, a veces haciendo algo. Como Rosa en la cocina haciendo lo suyo, el Moisés con poco empeño. Son buena pareja. Tal para cual, o puede ser que me equivoque. Sí, otra vez la espera que de en balde fué, el corazón no sentía nada. Ni mi mirada dilatada, sin ganas de querer sobresaltarse de nuevo. Haciendo los mandados, por la tortilla, por la comida, queriendo rozarle de lejos, por eso.




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