miércoles, 11 de septiembre de 2013

Y sigo

Y  sigo pensando en ella. Un entumecimiento por todo mi cuerpo. no siento nada mas que mis procesos de pensamiento. Pasan las horas, pasan las diez de la noche y no hago nada. Como quisiera tener un impulso demasiado fuerte y con mucho resorte para que se levante mi ego y alma. Pero tengo un pilar fuerte, lo sé. Ese pilar es mi familia. Lo que pasa es que no sé por que coño me dejo oprimir por el ambiente, el ambiente de la ciudad, con su gastadera, su altos precios y sus consumidores y habitantes tan acostumbrados  a esos precios, su carencia de cultura de villa. Sí, la ciudad no tiene esencia propia --quizás sí, pero es maloliente como sus coladeras- alguna ciudad tiene esencia de vida? No, por supuesto que no. Surge la duda, la angustia, la decepción y su mayor aliado: el miedo. Empieza la comedera de uñas, lento... lento.
  Me siento desterrado. No hay bien que me produzca esta ciudad, nunca lo hubo. He sobrevivido, he naufragado pero de un modo medio. Y es esa línea la que me mantiene aún vivo, la línea de los ayeres. No hay sabor de bienestar alguno por las madrugadas, sólo el sabor de los cuartos refundidos y olvidados. O tal vez dos de cada cien días en los que lo hubo, así: fugaz, esporádico, en un abrir y cerrar de ojos, de barrido.  Y me hago recordar sobre el postigo de mi guarida: Cuando el ayer... pero el ayer es ayer. Dejo de recordar, no es un buen lugar para recordar. Mucha luz que opaca el cielo y sus nubes en la corta noche y madrugada, y va de largo la luz amarilla, opacando el tiempo, sus horas y... privatizando la perceptiva de su gente abajo. Sí, hasta la perceptiva se privatiza, la mente igual. En dónde ha quedado el lado poeta humano? Lo hay, de seguro lo hay, pero aquí no, los sentimientos no tocan ni sienten el cielo. Los sentimientos no encuentran salida, es un sonido ahuecado, voz en caja, intento de alegría en una caja.  Urban style... Ese es el aliento que les sale día a día. Yo caigo y vuelo, siento tierra y luego nubes en mis pies.

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